Hasta la fecha, un ‘instagramer’ comprometido con la causa de fotografiar todo lo que se lleva a la boca estaba condenado a una penitencia de platos fríos. Un justo castigo, a juicio de los comensales que esperan pacientemente para no echar por tierra la instantánea.
Sin embargo, un estudio elaborado por el BYU Marriott School de Utha, demuestra otro perjuicio hacia aquellos que fotografían compulsivamente la comida que ingieren: La presaciedad. Es decir, provocar que los platos resulten menos atractivos en el paladar como consecuencia de una exposición excesiva.
Resulta curiosa la influencia del sentido de la vista en la gastronomía. La expresión ‘comemos por los ojos’ adquiere un nuevo significado, puesto que genera un cierto empacho sin, ni siquiera, haber probado bocado.
Esto no significa que pueda utilizarse como un método de adelgazamiento, puesto que no implica ingerir una menor cantidad de comida, simplemente, ésta nos resultará menos agradable durante la ingesta.
Los instagramers generan división de opiniones en la hostelería
La práctica de fotografiar la comida ha provocado que los bares y restaurante pongan mayor atención en el emplatado. La presentación de los alimentos adquiere cada vez una mayor relevancia. Sin embargo, comienza a formarse una corriente de hosteleros contrarios a fomentar esta práctica. Es más, en algunos restaurantes franceses y norteamericanos, está explícitamente prohibido fotografiar la comida.
Por ejemplo, el británico Heston Blumenthal, uno de los mejores cocineros del mundo, pide erradicar esta práctica, especialmente a la hora de cenar. Más allá de desvirtuar la experiencia gastronómica, aduce las molestias que genera el flash, amplificado por el reflejo de las copas de cristal.
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